CUALQUIER MOMENTO ES OPORTUNO
Hoy Tomás se acercó nuevamente a su
médico especialista para ver cómo le iban sus cosas sobre la salud. Esa salud
que conocemos en el mundo que vivimos y que hemos creado, la que nos aleja o nos
acerca de lo que conocemos como la muerte.
Claro está que pasó los largos e
inactivos periodos de espera para entrar a consulta al igual que los otros
largos e inactivos periodos de cola para pedir nueva cita, todos asumimos esto como
destino incuestionable. Los “enfermos crónicos” tienen eso, largos periodos de
inactividad paliativa, sosteniendo en muchísimos casos, el principio de una
economía de mercado, en este caso la farmacéutica. Al mismo tiempo casi nadie
estaría en desacuerdo de esto de la “enfermedad crónica” si tuviera la oportunidad
de ser accionista de alguna de esas grandes farmacéuticas. Cositas derivadas de ser
humano.
Bien, el caso es que en su última
cola se encontró tras de él una preciosa mujer de ojos azules y profundos, era
gallega de cara dulce y sensible y con una mirada limpia y agradable, ella le
preguntó:
Perdón, es usted el último.
Respuesta: si parece ser que sí,
haciéndole un gesto de resignación ante una cola de más de 25 personas.
Gracias, dijo ella.
Durante más de una hora
establecieron una agradable conversación donde comentaron asuntos diversos,
ella le comentó que hacía dos años que en su trabajo le había destinado a Canarias
y afirma lo contenta que estaba y lo agradable que eran los canarios/as. Tomás
iba sintiendo por instantes una sensación de bienestar, ya no le molestaba tanto
el largo periodo de espera ni los problemas que iban surgiendo en la cola sobre
quién iba antes o después, en realidad ni los escuchaba. Aquella mujer
desprendía energía, ganas de vivir, de entrega e incluso sus ojos desprendían
un brillo especial. Hasta que cuando se acerco el fin del encuentro, a orillas
de la ventanilla, a punto de entregar el DNI y la tarjeta sanitaria, ya que sin
eso no te atienden, María, ella, le
propuso que los sábados a las doce y media o los domingos a las once y media podía
ser visitada por él en el pueblo que residía, en Telde y le dijo la dirección
con pelos y señales, el sitio exacto donde la podía encontrar.
Tomás, tras mirar su alejamiento a
lo largo del pasillo del hospital, pensó en cuantas ganas de vivir pueden
existir y decidió sin duda alguna que la visitaría. Iría algún día a su hogar
su monasterio de clausura e iría a la misa de las once treinta del algún
domingo y podría gozar viendo nuevamente a esa valiente y bella mujer, Viuda y
monja novicia de 73 años con tres hijos y que hace dos años comenzó ese nuevo
camino como una opción de vida tomada libremente, Tomás tiene la impresión de
tener una nueva e importante posibilidad de amistad.